Hace no mucho tiempo un
nuevo espacio teatral ha aparecido en Miraflores. Se trata del acogedor Teatro
de Lucía, cuya primer estreno ha sido Divina
Sarah, Memorias, obra original de
John Murrel, con la dirección de Ruth Escudero. La obra nos presenta las
reveladoras conversaciones entre Sarah Bernhardt (Lucía Iriarte), famosa y
singular actriz europea, y su mayordomo Georges Pitou (Hernán Romero). Sarah
intenta preservar su memoria por medio de unos diarios, por eso le pide a su
mayordomo que tome nota y ordene todo lo que ella recuerde a través de sus
distintas evocaciones.
La obra nos transporta
a la casa de Sarah y su extraño espacio privado, donde solo mantiene un fuerte
lazo con Pitou. El escenario recrea apropiadamente el ambiente, pese a no ser
muy extenso. La musicalización contribuye a contextualizar la vida hogareña de
Bernhart; asimismo, las luces son muy bien empleadas para enfatizar los
momentos más dramáticos en las crisis que padece la actriz. Por otro lado, no
cabe duda de la extraordinaria calidad de ambos actores para representar sus
papeles; pero creemos que Hernán Romero tiene un poco más de mérito por la
difícil tarea que desempeña la figura de Pitou: representar distintos personajes
importantes en la vida de la actriz para ayudarle a recordar momentos
determinantes de su vida. Asume el rol de seres graciosos y ciertamente
ridículos, y también de personas ilustres como Oscar Wilde.
El transcurso de los
hechos se vuelve un poco denso por momentos, ya que al tratarse de constantes
recuerdos, ciertas partes de la obra se hacen recurrentes, sobre todo en el
primer acto; pero en la segunda parte, nos sorprende la intensidad de muchos
momentos dramáticos, los cuales llegan a puntos concretos de reflexión sobre el
rol del artista y su visión en torno a la sociedad. En este sentido, al margen
del interés personal de Sara por establecer sus memorias, la puesta en escena
demuestra la relevancia del teatro como discurso crítico y observador de su
propia realidad. Sarah y Pitou nos transmiten la vida de la actriz a través de
un conjunto de hechos teatrales que forman una metatextualidad, sea porque
efectivamente la actriz siempre asumió su rol actoral como un modo de
mantenerse viva frente a las adversidades, o porque solamente a través del
discurso teatral se mantienen vigentes las figuras representativas del arte del
siglo XIX.
Personalmente creemos
que la puesta en escena actualiza un tema fundamental para la época
contemporánea: la posición del artista frente a la sociedad y su intento por no
quedar en el olvido. Si bien los personajes mencionados responden a un contexto
decimonónico, la obra presenta momentos singulares donde los artistas
cuestionan el rumbo que está tomando su sociedad, y lo hacen de modo directo al público; este
hecho, marcando las distancias, supone que en la época actual está en manos del
espectador la posibilidad de devolverle al artista la relevancia que alguna vez
tuvo. Entonces, aunque para un público común es meramente ameno observar los
roles que asumen los personajes según los recuerdos de Sarah, consideramos que
detrás del mero placer hay una crítica convincente hacia la actitud del espectador.
Esta es la sensación final que tenemos al salir extasiados de una muy
interesante obra.